Aquella madrugada del 25 de enero de 1997 se intentó dejar en claro a toda una sociedad que cuando no se cumple la voluntad de los verdaderos poderosos de La Argentina se paga muy caro. Los meses previos al hecho, la identidad – antes conocida por muy pocos- de Alfredo Yabrán había saltado a la luz tras ser nombrado por el entonces ministro de Economía, Domingo Cavallo, desde ese momento era el hombre que todos querían ver.
Cuando la famosa foto de Yabrán caminando por la playa de Pinamar vio la luz, el fotógrafo seguramente haya sentido la satisfacción del deber cumplido, pero algo más se puso en funcionamiento. Vivimos en un mundo, y en particular en un país, donde los verdaderos dueños y señores del poder no están en ninguna tapa de revista o pantalla, los Elon Musk o Jeff Besos no son más que multimillonarios de segundo orden que les gusta la sensación de la popularidad mediática. A los verdaderos jefes de jefes no los vemos.
En 1997 cuando un miembro del poder real como Yabrán no recibía de un periodista el silencio y la obsecuencia que demandaba por su condición de dueño de empresas y jefe de todo, la reacción podía ser la que Cabezas sufrió.
Hoy en día el poder real ya no necesita mandar a sus asesinos contra la prensa que no le gusta, simplemente busca dejarla en el silencio y el ostracismo. Hoy hay medios de comunicación que demonizan, concentración mediática que garantiza que solo unos pocos lleguen a la luz mediática y jueces que atacan a quienes logran hacer oir su voz.
José Luis Cabezas es y será un símbolo de un periodista que le comunicó a la sociedad quien era el verdadero poder, y no hizo más que eso. Por eso murió, porque aquel hombre de negocios creía que eso equivalía a un disparo en la cabeza, pero los que Cabezas hizo fue cumplir aquel apotegma de Rodolfo Walsh, siempre dar testimonio aún en momentos difíciles. Por eso en él vivimos todos. No se olviden de Cabezas.